18 de abril de 2013

Drástica solución

Miguel Gila Cuesta
-¡Calle y arregle de una vez la cisterna del váter, que gotea! ¿Me oye, soldado? Tapone esa cisterna o nos encontrarán flotando como renacuajos en su propia inmundicia -si es que nos encuentran.
-Sí, mi sargento, le oigo, pero cómo lo hago si estoy atrapado hasta la cintura por una tonelada de escombros…
-Pues reviéntela, soldado, antes de que nos condecoren a título póstumo por morir ahogados en un retrete infecto.
-Sargento, si la reviento también reventará la fosa séptica, y entonces los excrementos nos  llegarán hasta las narices. Señor, le dije que era excesivo  intentar exterminar con granadas los lagartos que pueblan las viejas edificaciones del campo de maniobras. ¡Se lo dije!. Además... ya no me quedan granadas.
-Yo estoy para dar órdenes y usted para cumplirlas, no para cuestionarlas. ¿Se entera, soldado? Además, lo pasado, pasado está. Ahora, piense en algo... por su madre.
-No se me ocurre, sargento, no se me ocurre… ¿Y si lanzo una bengala, señor?
-¡Magnífico soldado! Sabía que tenía madera. Tenga por seguro que sí salimos vivos de esta le ascenderé a cabo.
Gracias, señor. Se lo recordaré, señor. No le quepa la menor duda.
¡Qué vergüenza! Si Gila levantara la cabeza.

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