17 de mayo de 2016

Más que una ventisca

La Marinera
Lo parió un velero, creció entre pantalanes y se curtió al pairo del alisio. Por aquel entonces sus amigos lo llamaban peje cuero, sentía una medusa latiéndole en el pecho y el agua salada corría por sus venas. Ahora continúa haciéndose a la vela, dice, para preservar amistades, disfrutar sensaciones y vencer al tedio. Hace unos meses le sorprendió la noche y una ventisca de descalificaciones sopló, sopló y sopló zarandeando la embarcación. ¡Vaya! Aquello le recordó el cuento del tiburón y los tres pescaítos que contaban divertidos los abuelos. Pero se sorprendió aún más al echársele encima unas envidiosas olas que pugnaron por arrebatarle el timón de sus recias manos. Y ya no fue sorpresa, sino estupor cuando, pasada la medianoche, entre cantos de tritones y sirenas, sibilinas corrientes le arrastraron hacia el Tártaro aunque, como hiciera Ulises, logró sortear derrochando esfuerzo, audacia e imaginación. Ofuscadas, ventisca, olas y corrientes arreciaron haciendo zozobrar, por fin, la Marinera. Los daños fueron irreparables y las consecuencias, dolorosas: la tripulación jamás volvió a ser la misma. No recordaba nada igual desde la Bounty. Mientras tragaba sapos y buscaba fuerzas para regresar a puerto, calentaba ya el sol en lontananza.

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