A mi modo de ver, llegó
con más convicción de la necesaria. Aparcó con dos volantazos, echó el pie a
tierra y desembarcó como aquel general romano en África: avistando problemas
aun por venir. Ahora que lo pienso, ni siquiera pestañeaba. Sacó cargadísima su maleta de moda, desplegó de un tirón el asa extensible de esta, y la plantó
sobre el asfalto como el estandarte de la séptima legión: SPQR. Cerró
la puerta del vehículo con un golpe de mano, presionó el mando a distancia por
encima del hombro, güic-güic, y a zancadas, arrastrando sus
didácticas pertenencias sobre las ruedas de su maleta de moda, enfiló la calle hacia el estratégico acuartelamiento situado
veinte metros más allá. La conserje esquivó la carga como pudo y él, aprovechando el impulso que traía, subió las escaleras de dos en dos hasta encontrarse de frente con el manípulo. Un "Ave, César" hubiera
estado bien para la ocasión. Conectó el cañón al portátil, este a la corriente
eléctrica, y encontró el pendrive –lo había puesto allí esta mañana- en el
bolsillo derecho del pantalón. Venga, tropa, arengó, que esto está chupao:
Tema 3, El Imperio Romano.
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18 de noviembre de 2017
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