Miguel Gila Cuesta |
-¡Calle y
arregle de una vez la cisterna del váter, que gotea! ¿Me oye, soldado? Tapone esa cisterna o nos encontrarán
flotando como renacuajos en su propia
inmundicia -si es que nos encuentran.
-Sí, mi sargento,
le oigo, pero cómo lo hago si estoy atrapado hasta la cintura por una tonelada
de escombros…
-Pues
reviéntela, soldado, antes de que nos condecoren
a título póstumo por morir ahogados en un retrete infecto.
-Sargento, si
la reviento también reventará la fosa séptica, y entonces los excrementos nos llegarán
hasta las narices. Señor, le dije que era excesivo intentar exterminar con granadas los lagartos
que pueblan las viejas edificaciones del campo de maniobras. ¡Se lo dije!. Además... ya
no me quedan granadas.
-Yo estoy
para dar órdenes y usted para cumplirlas, no para cuestionarlas.
¿Se entera, soldado? Además, lo pasado, pasado está. Ahora, piense en algo...
por su madre.
-No se me
ocurre, sargento, no se me ocurre… ¿Y si
lanzo una bengala, señor?
-¡Magnífico
soldado! Sabía que tenía madera. Tenga por seguro que sí salimos vivos de esta
le ascenderé a cabo.
Gracias, señor.
Se lo recordaré, señor. No le quepa la menor duda.
¡Qué vergüenza!
Si Gila levantara la cabeza.
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