Cuatrocientos |
Nuestros mismos ojos, dijo, masajeándose las
ojeras con el índice mientras se observaba por el retrovisor. Nuestro mismo
pelo, ironizó, surcando las canas con los dedos. ¡¿Qué es esto?! ¿Manchas en
las manos...? Estacionó como pudo, cargó el bolso a la izquierda y salió disparada
hacia al despacho. ¡Corra, jefa, ahora son cuatrocientos! ¿Pero ya viene usted
sudando...? Aquel trabajo le estaba pasando factura. ¿Quién se lo iba a agradecer?
¿La comisaria europea Malmström? Tendría que estar allí, ahora. Abrió la ventana y con el fresco se
coló un quiquiriquí desde no se sabe
dónde. A ti tampoco te oirán en Bruselas,
pensó.
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