Vio la mañana entrar por los cristales... |
Se despertó
abotargado, agradeciendo al mundo que no fuera lunes. Se incorporó a medias, se
estregó los ojos y vio la mañana entrar por los cristales y Las lunas de Júpiter sobre la mesilla de
noche. Cogió el libro, se puso las gafas y reparó en el cuerpo adormitado de su
mujer, mostrando la piel de los cincuenta. Se quitó las gafas, cerró el libro y
quiso levantarse para ir al servicio, cuando la oyó decir que tenía frío. La
arropó pensando que el apuro podía esperar (sí, podía
esperar). Ahora fue él quien se quedó quieto, incapaz de espabilar. Amagó un
bostezó, se frotó la frente con la mano y estiró los pies, para prevenir un
tirón de esos, de los que dan cuando menos te lo esperas. Recordó la fractura
de la tibia, buscó arañas en los muslos y descubrió canas en el sexo. ¿Qué, las
secuelas de la guerra?, bromeó su mujer,
que no se molestó en darse vuelta. Se fijó ahora en el timbre de la voz, las
estrías de la piel y las varices de las piernas. Es la edad, son los hijos… así
es la vida, continuó ella adivinando los silencios. Es el precio.
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