¡Viva!, ¡viva...! |
Ella no la quería y él tampoco la buscó. De repente,
se encontraron una bonita amistad que no quisieron fastidiar, asunto ese que los adultos hacemos de maravilla. Cuidaron detalles, midieron palabras, calcularon bromas y
pusieron puertas a los sentimientos, pero los días empezaron a resultarles
cortos, las semanas breves y los meses, un suspiro. Las Navidades les
parecieron frías y aburridísimos los Carnavales. Hasta Semana Santa mantuvieron
la compostura, cuando las necesidades domésticas les llevaron a las puertas del
mercado como si a un photocall se
tratara: él pelado marine y ella con
melena suelta al viento; él de vaqueros y polo, y ella de frescos estampados
primaverales; él con pose a lo James Dean, pero sin moto, y ella luciendo una
sonrisa como el auditorio Adán Martín. A él le pareció ridículo soltar un hola,
cómo estás, y a ella patético el yo muy bien y tú, ¿qué tal?, así que sin saber
muy bien cómo ni por qué, se saltaron las líneas rojas y se fundieron en un
abrazo que duró, duró y duró hasta salir el sol por occidente. ¡Eso sí fue un
abrazo! Poco a poco, descendieron de las puntas de los pies donde habían
subido, asentaron los talones en el suelo, abrieron los ojos y dijeron sí, el
mundo sigue girando. Hicieron la primera compra juntos y salieron del comercio con
la sensación de haberse declarado amor eterno, para una temporada o, quizá, tan
solo para un rato, el tiempo lo diría. ¿Y el lunes, cuando lleguen al trabajo, qué? Tal
vez me echen la culpa a mí, a Pepe, el conserje, de que estuve pregonando por
ahí: “Esos se echan antes al monte que al patio de un convento”. A decir verdad,
no me importa, porque siempre lo hacen: si llueve, Pepe; si no llueve, Pepe…
pero ¡caray!, si se veía venir de lejos, si lo sabía toda la planta. ¿Saben? No
tengo cargos de conciencia y me alegro mucho por ellos. La vida se vive solo una
vez, y no dos. ¡Hala! ¡Qué la disfruten!
No hay comentarios:
Publicar un comentario