Más que una ventisca
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La Marinera |
Lo parió un velero, creció entre pantalanes y
se curtió al pairo del alisio. Por aquel entonces sus amigos lo llamaban peje
cuero, sentía una medusa latiéndole en el pecho y el agua salada corría por sus
venas. Ahora continúa haciéndose a la vela, dice, para preservar amistades,
disfrutar sensaciones y vencer al tedio. Hace unos meses le sorprendió la
noche y una ventisca de descalificaciones sopló, sopló y sopló zarandeando
la embarcación. ¡Vaya! Aquello le recordó el cuento del tiburón y los tres pescaítos que contaban divertidos los
abuelos. Pero se sorprendió aún más al echársele encima unas envidiosas
olas que pugnaron por arrebatarle el timón de sus recias manos. Y ya no fue
sorpresa, sino estupor cuando, pasada la medianoche, entre cantos de tritones y sirenas, sibilinas corrientes le arrastraron hacia el Tártaro aunque, como hiciera Ulises, logró sortear derrochando esfuerzo, audacia e imaginación. Ofuscadas, ventisca, olas
y corrientes arreciaron haciendo zozobrar, por fin, la Marinera. Los daños fueron irreparables y las consecuencias, dolorosas:
la tripulación jamás volvió a ser la misma. No recordaba nada igual desde la Bounty. Mientras tragaba sapos y buscaba
fuerzas para regresar a puerto, calentaba ya el sol en lontananza.
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