Sólo a las niñas guapas y a
los hermanos que se las presentaban, que también lo eran, les
permitían entrar en primer lugar, pues desde tiempos inmemoriales a ellos se
les tenía por muy, muy feos. Ya una vez dentro, las altas temperaturas reinantes
les quemaban las ropas, chamuscaban los cabellos, tiznaban los cuerpos y les conferían
aquel tono rojizo subido tan característico, segando de raíz cualquier atisbo
de honestidad, responsabilidad, respeto o compromiso personal y comunitario, que eran valores más propios de trasnochados
museos axiológicos que de los tiempos actuales, según sus propias
palabras. También, por ser guapos, pasaban a ocupar la primera fila de aquellas
endiabladas clases, obteniendo gratuitamente un tridente acorde con sus ya
acreditadas dotes de soberbia, arrogancia, avaricia, desfachatez, cinismo y mala
hebra. El rabo, los cuernos y la piel de cordero tenían que ganárselos. No todo
iba a ser tan sencillo. Pero la lección la traían bien aprendida de casa. Sabían
muy bien que la debilidad humana era infinita, que era fácil conseguir que unas
cuantas almas aceptaran comisiones ilegales, evadieran algo de capital o iniciaran
sus pinitos de fraude a la Hacienda Pública. A la vista estaba. Solo había que pinchar
un poco.
Bienvenid@s a CuatrocientosCuentos. Aquí encontrarás historias, vivencias, diálogos y relatos cortos salpicados de imaginación, creatividad, humor y sentido de la realidad. Adelante. Pasa. Espero que disfrutes (si te apetece, deja tus comentarios en las entradas. Gracias).
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8 de marzo de 2013
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