¡Toc, toc! |
Lo apearon ante el caserón con una palmadita en el
hombro y cruzó el umbral de la puerta con un te lo vas a pasar bien, hijo, que
él interpretó como adiós, hasta el domingo. Pero pensó en aprovechar la
situación para acabar la tarea:
“…Sorteó el laberinto de muebles que
atascaban el hall y, cuando subía por la escalera al segundo piso, observó cómo
dos espectros venían a por él, desplazando el polvo que en silenciosas volutas ascendía
por los haces de luz que se colaban por los resquicios del artesonado. Retrocedió
por el pasillo atrancándose en un cuartucho cuya puerta cedió a la presión de la
espalda. Toc, toc... Los aparecidos golpearon la puerta y su corazón el pecho.
¿Estás ahí, verdad? Dijeron desde el otro lado. Y dónde si no, respondió con cierto
descaro”.
…Toc, toc.
Sus abuelos entraron, le estamparon dos besos y le recordaron que desayunaban a
las 9 (si, si…), que almorzaban a la una (ya, ya…), que el router
de 5 a 7 (vale, vale…), y que sería difícil lidiar con su fantasiosa imaginación
por más de tres días (pues lo sentía, pero tenía que finalizar la redacción para
el lunes).
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