Saltaban las alarmas... |
Era
una pesadilla. Era como comparecer ante ellos mismos y decirse que sí, que les
estaba pasando. A ellos, que trabajaban 24 horas en una prestigiosa firma que
les permitía tener una gran casa, un buen coche y darle a él móviles, tabletas,
portátiles y lo que fuera menester. Tenían la amarga sensación de estar pagando
una fianza sine die por las andanzas
de un chiquillo que les estaba partiendo el corazón y robando el alma. Saltaban
las alarmas y no sabían desactivarlas: la de faltar dinero, la de fugarse del Instituto...
La policía les advirtió, abogados, de las compañías en las que andaba su hijo. Pero,
¿cómo enseñas a un adolescente al que le dices algo hoy y mañana tienes que
repetírselo, repetírselo y repetírselo? Pues hablen su lenguaje, pídanle su opinión,
consulten a Calatayud… Aconsejaron alegremente en el bufete (perdonen, es
broma, se corrigieron al ver sus caras).
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