¡Eh, toro...! |
Me
acabé la rebanada de pan y entré en la casa de Manolete.
Llamaban así al abogado que fue torero hasta que el respetable coreó el nombre
del toro durante una cogida. Tuve la sensación de entrar a una plaza o rodeo. El zaguán parecían los toriles: estrecho y con
una protección de madera por el que avanzaba metiendo el hombro. Los pasillos rebosaban
flores, carteles, y Macarenas por
todas partes. Entrar al despacho fue como saltar al ruedo, pues me encaré a un
letrado parapetado tras su mesa y a una cabeza de toro empotrada en la pared
con un letrero debajo que decía JURISTA. Mi vista fue del letrero al letrado, y
del letrado al letrero y, sin poder ocultar mi cara de sorpresa, avancé por la
arena sopesando la posibilidad de empezar la consulta
con un ¡eh, toro, eh! y de obtener un
mugido por respuesta.
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