25 de diciembre de 2013

Planes de nadie


Quizás mañana...
Quizás mañana, concedíamos ayer. Puede que hoy, lamentábamos ahora. Avancé despacio hasta su cama y le oí respirar profundamente sedado por la morfina. Esto no entraba en los planes de nadie, me confió su mujer cuya piel reflejaba las huellas que la combatividad, el esfuerzo y la superación imprimen con el tiempo. ¿Trajiste a la niña? Me preguntó distraída, sin esperar respuesta. Siempre ha sido un hombre fuerte, concluyó. Pero el cáncer lo ha sido aún más, pensé con tristeza. Consiguió romper un eslabón de aquella recia cadena de ADN que nunca había cedido ante los embates de la vida. Una lágrima corrió por su mejilla.

11 de diciembre de 2013

You can fly



¡Puede volaaar!
Se durmió soñando que él también podía volar. La incipiente descarga de adrenalina le impidió descansar toda la noche. Se despertó el domingo temprano con el zumbido de una bandada de pájaros volando bajo de derecha a izquierda. Se desayunó las alitas de pollo que había comprado en el McDonald (¿anteayer?). Aligeró algo de peso en el WC, deshaciéndose de sólidos y líquidos. Revisó las ratoneras y comprobó que habían caído tres. Pensó en comprar un gato. Los cogió por la cola con el pulgar y el índice, los elevó en altura, pisó el pedal del contenedor de basura y los dejó caer dentro con desdén, plof, mientras  6 pares de ojillos negros brillantes observaban desde la oscuridad protectora del hueco de la escalera. Se echó a la espalda el equipo de puenting que había preparado meticulosamente el día anterior y lo arrojó al interior del viejo cuatro por cuatro, que arrancó al tercer intento. No vio que la cuerda estaba roída por la mitad. Se dirigió al puente donde esperaban los compañeros que se apuntaron a última hora del viernes. Le ajustaron el equipo, le dieron tres palmaditas en la espalda (una por cada rata muerta) y le sostuvieron la posición hasta que la gravedad lo arrastró al vacío. Puedo volar, pensó él. Puede volar, pensaron las ratas. You can fly, le gritaron sus amigos entre risas y algarabías.

1 de diciembre de 2013

Marí


Cessna 250
Habían atravesado la capa de nubes y un sol radiante bañaba todo el interior del avión. Fue la misma sensación que tuve dos semanas antes en el hangar del skydive, cuando Marí se coló en mi vida, aventó mis mezquindades y llenó mi vacío interior hasta rebosar. Con un gesto brusco abrió la portezuela de la Cessna 250 y dejó que el alisio me abofeteara sin contemplaciones (¡toma, por bobo!). Me sonrió y se lanzó a cielo abierto hundiéndose en el mar de algodón igual que desaparece una almendra blanca en una blanda masa de repostería. Yo siempre había sido un pasmado. Tragué saliva. Comprobé el paracaídas, ajusté el cinturón y ayudándome de una rápida cuenta atrás (tres-dos-uno), salté tras ella.