11 de diciembre de 2013

You can fly



¡Puede volaaar!
Se durmió soñando que él también podía volar. La incipiente descarga de adrenalina le impidió descansar toda la noche. Se despertó el domingo temprano con el zumbido de una bandada de pájaros volando bajo de derecha a izquierda. Se desayunó las alitas de pollo que había comprado en el McDonald (¿anteayer?). Aligeró algo de peso en el WC, deshaciéndose de sólidos y líquidos. Revisó las ratoneras y comprobó que habían caído tres. Pensó en comprar un gato. Los cogió por la cola con el pulgar y el índice, los elevó en altura, pisó el pedal del contenedor de basura y los dejó caer dentro con desdén, plof, mientras  6 pares de ojillos negros brillantes observaban desde la oscuridad protectora del hueco de la escalera. Se echó a la espalda el equipo de puenting que había preparado meticulosamente el día anterior y lo arrojó al interior del viejo cuatro por cuatro, que arrancó al tercer intento. No vio que la cuerda estaba roída por la mitad. Se dirigió al puente donde esperaban los compañeros que se apuntaron a última hora del viernes. Le ajustaron el equipo, le dieron tres palmaditas en la espalda (una por cada rata muerta) y le sostuvieron la posición hasta que la gravedad lo arrastró al vacío. Puedo volar, pensó él. Puede volar, pensaron las ratas. You can fly, le gritaron sus amigos entre risas y algarabías.

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