16 de octubre de 2014

Quesos curados.

Quesos curados
Recluida en el pozo seco, pronto se callará, declamó la estudiante de fisolofía, poetisa, o algo así, pero el alcalde dijo que al hambre en el tercer mundo no se la combate con literatura ni al estómago con letras, a no ser que sean en sopas. El repartidor de leche se ofreció a donar mil litros, alguien opinó que era mejor mandar quesos curados y el maestro, a propuesta de los niños y niñas, sugirió mandar las vacas porque daban leche, carne y más vacas. Los vecinos, reunidos en pleno, aprobaron la propuesta docente y felicitaron al maestro por sus prácticas enseñanzas, aunque el de los quesos seguía opinando que los suyos eran de tan buena catadura que se comían de a poco y duraban una eternidad. Como las vacas (o incluso más).

8 de octubre de 2014

Como un azucarillo

¿Pedro?
Hoy parece que ella tiene la voz más dulce que ayer, como un azucarillo. Pero no es la primera vez. Cuando viene así, acaramelada, puedes jurar que algo está buscando. Como cuando me dijo que si no me importaba quedarme una horita más, hasta las cuatro. Así que, cuando sean las tres, ficho y me largo, como un fantasma, no vaya a ser que…
-¿Pedro?
-¿Sí, jefa?
-¿Podrías quedarte una horita más, hasta las cuatro?
-Sí, jefa,  lo que haga falta, jefa. Como algo y me quedo.
-Claro, hombre. No ibas a quedarte sin comer. Sabía que podía contar contigo.

1 de octubre de 2014

Sin apenas darte cuenta

Vio la mañana entrar por los cristales...
Se despertó abotargado, agradeciendo al mundo que no fuera lunes. Se incorporó a medias, se estregó los ojos y vio la mañana entrar por los cristales y Las lunas de Júpiter sobre la mesilla de noche. Cogió el libro, se puso las gafas y reparó en el cuerpo adormitado de su mujer, mostrando la piel de los cincuenta. Se quitó las gafas, cerró el libro y quiso levantarse para ir al servicio, cuando la oyó decir que tenía frío. La arropó pensando que el apuro podía esperar (sí, podía esperar). Ahora fue él quien se quedó quieto, incapaz de espabilar. Amagó un bostezó, se frotó la frente con la mano y estiró los pies, para prevenir un tirón de esos, de los que dan cuando menos te lo esperas. Recordó la fractura de la tibia, buscó arañas en los muslos y descubrió canas en el sexo. ¿Qué, las secuelas de la guerra?, bromeó  su mujer, que no se molestó en darse vuelta. Se fijó ahora en el timbre de la voz, las estrías de la piel y las varices de las piernas. Es la edad, son los hijos… así es la vida, continuó ella adivinando los silencios. Es el precio.