20 de julio de 2015

Eh, toro, eh...

¡Eh, toro...!
Me acabé la rebanada de pan y entré en la casa de Manolete. Llamaban así al abogado que fue torero hasta que el respetable coreó el nombre del toro durante una cogida. Tuve la sensación de entrar a una plaza o rodeo. El zaguán parecían los toriles: estrecho y con una protección de madera por el que avanzaba metiendo el hombro. Los pasillos rebosaban flores, carteles, y Macarenas por todas partes. Entrar al despacho fue como saltar al ruedo, pues me encaré a un letrado parapetado tras su mesa y a una cabeza de toro empotrada en la pared con un letrero debajo que decía JURISTA. Mi vista fue del letrero al letrado, y del letrado al letrero y, sin poder ocultar mi cara de sorpresa, avancé por la arena sopesando la posibilidad de empezar la consulta con un ¡eh, toro, eh! y de obtener un mugido por respuesta.





9 de julio de 2015

Por poco

Por poco, ¿eh, amigo?
Su mujer lo sorprendió en el garaje subiéndose a la bici. Ten cuidado, le dijo. Él restó importancia al comentario porque el domingo por la mañana apenas había tráfico en la carretera. Era la misma carretera secundaria por donde un tráiler de 30 metros de largo y 20 toneladas de peso avanzaba peligrosamente invadiendo el carril contrario en los tramos más comprometidos. Todo sucedió en un golpe de pedal. La bestia metálica apareció en la curva devorando la calzada hasta dejar dos palmos de asfalto que le salvaron de morir con la cabeza reventada contra la carrocería del camión que en medio del chirriar de frenos, gritos desesperados y una densa polvareda gris embarrancó 50 metros más adelante destrozando vallas, arbustos y todo cuanto encontró a su paso. La sangre golpeaba sus sienes, un sudor frío  corría por su espalda y el tembleque de las piernas le obligó a bajar de la bici e hincar las rodillas en el suelo hasta que las fuerzas le abandonaron. Por poco, ¿eh, amigo?, por poco… le decía el camionero dándole palmaditas en la espalda mientras él sacudía la cabeza incrédulo y sentía el calor del orín entre las perneras del culotte.

2 de julio de 2015

Bíbidi Bábidi Bu

¿Qué quieres, niña?
Llegaba justo a tiempo y descubrió una carrera en su media como la maratón de Boston. Con aquella pinta no ganaba el pleito del que robó sus propias gallinas durante un arrebato de doble personalidad. Tuvo que apretar los labios con fuerza y apelar a su gran capacidad de autocontrol para evitar la expulsión de los demonios que se agolparon en su boca. Se dirigió al servicio. Se sentó y cerró los ojos. ¡Hada madrina, hada madrina…!, suspiró. ¿Qué quieres, niña? Unas medias nuevas, pidió incrédula a un par de piernas embutidas en sendos zuecos blancos que asomaron bajo la puerta del váter precedidos de una mopa. ¿Te servirán estas…? Se las caló de un tirón, dijo te quiero Maruca, le estampó un sonoro beso en la boca (¡uy!) y, con un cambio radical en el semblante, entró en la sala dispuesta a hacer desaparecer a aquellos ignorantes corruptos desmemoriados que decían no saber ni recordar nada.