31 de diciembre de 2014

Postales de París.

París, París...
Los corchos saltaron, atronaron aplausos y matasuegras, las uvas desaparecieron tras las campanadas, cayeron confetis y serpentinas, chisporrotearon bengalas y las copas tintinearon celebrando el año nuevo. Él felicitó a los que estrechaban su mano, a las que besaban sus mejillas y a quien estampaba besos en la boca sin que, al parecer, le importara mucho darlos -ni tampoco recibirlos-. La orquesta se impuso sobre el vocerío y le meció durante horas en aquel mar de burbujas, lentejuelas y alegrías sin fin. Cuando necesitó ir al servicio, se encontró ante el espejo con los ojos rojos, el estómago vacío y los pies hinchados de cansancio. Se sentó... Hizo piiiiis… Buscó los 20 euros para el taxi y regresó al piso. Se calentó un caldo de gallina, le puso unas hojitas de hortelana y se lo tomó sorbo a sorbo. Cogió las postales que había retirado del salón cuando su mujer le dijo que iba a comenzar otra etapa en la que él no tenía cabida, y se metió en la vieja cama de matrimonio. Se fijó en los te quiero y en los te amaré siempre, y pensó que aquellos momentos, los de París, habían sido los más felices de su vida. Guardó las postales en la mesa de noche, revisó las whatsapps de sus hijos, se arrebujó bajo las mantas, y se durmió.

19 de diciembre de 2014

Adiós, Pluto.

El mensaje era claro, conciso, breve y letal: no insistas, decía. Pero no estaba seguro de que lo hubiera captado. Usted ha hecho todo lo que ha podido, continué hablando para hacerla reaccionar. Sé que lo quería mucho, que era un compañero inseparable, pero es ley de vida. Perdone que le diga esto, pero ya sabe qué hacer para aliviar el sentimiento de pérdida:  búsquese a otro. A usted se le pegan a las faldas nada más salir a la calle… Ella se quedó allí, a su lado, mirando el cuerpo inmóvil, esperando que sus pulmones se expandieran una vez más. Pero a Pluto no se le movió un pelo.

11 de diciembre de 2014

Calvario

¡ Ves, Calvario !
Había escrito cien veces: te quiero. Ves, Calvario, como él también sabe, le dijo a su madre que observaba inmóvil desde la silla de ruedas. Solo hay que apurarlo un poco. Y ahora escribes: perdóname por todo lo que te he hecho, y firmas. Cuando acabó, le reventó el cráneo de un disparo, le colocó el revólver en la mano y dejó la declaración firmada sobre la mesa. Ves, Calvario, como no ha sido tan difícil. Le empolvó la cara para disimular los moretones, le pasó un brillo por los labios, la llamó guapa de la hostia, y la sacó, por fin, de aquel infierno.

6 de diciembre de 2014

Nuestro número de la suerte

Es este. El 115. Cerraron la puerta tras su espalda, dejaron las copas por aquí, soltaron las maletas por allá, e hicieron volar sombreros y chaquetas, aflojaron hebillas y cordones, desabrocharon botones, deshicieron lazos y desataron cinturones incapaces de contener por más tiempo los empujes del deseo. Si lo hubieran planificado no hubiera salido mejor. La respiración se entrecortó, el ritmo cardíaco se aceleró y los pulmones bombearon el oxígeno que necesitaba aquel ataque de pasión. Habían tenido mucha suerte. Los seleccionaron in extremis para el servicio del buque más grande del mundo e iban a aprovechar aquella oportunidad que les brindaba la vida. Cobrarían un buen sueldo y al finalizar el crucero tendrían dinero suficiente para empezar casi en cualquier sitio. Con las manos entrelazadas y el corazón palpitante, dijeron adiós al pasado y sus miradas buscaron un futuro esperanzador en la dirección que les marcaba la proa. El  horizonte parecía estar más cerca y las estrellas al alcance de la mano. ¿No era increíble? Definitivamente el 115 iba a ser su número de la suerte.