20 de julio de 2015

Eh, toro, eh...

¡Eh, toro...!
Me acabé la rebanada de pan y entré en la casa de Manolete. Llamaban así al abogado que fue torero hasta que el respetable coreó el nombre del toro durante una cogida. Tuve la sensación de entrar a una plaza o rodeo. El zaguán parecían los toriles: estrecho y con una protección de madera por el que avanzaba metiendo el hombro. Los pasillos rebosaban flores, carteles, y Macarenas por todas partes. Entrar al despacho fue como saltar al ruedo, pues me encaré a un letrado parapetado tras su mesa y a una cabeza de toro empotrada en la pared con un letrero debajo que decía JURISTA. Mi vista fue del letrero al letrado, y del letrado al letrero y, sin poder ocultar mi cara de sorpresa, avancé por la arena sopesando la posibilidad de empezar la consulta con un ¡eh, toro, eh! y de obtener un mugido por respuesta.





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