6 de julio de 2014

Toc, toc...

¡Toc, toc!
Lo apearon ante el caserón con una palmadita en el hombro y cruzó el umbral de la puerta con un te lo vas a pasar bien, hijo, que él interpretó como adiós, hasta el domingo. Pero pensó en aprovechar la situación para acabar la tarea:
 “…Sorteó el laberinto de muebles que atascaban el hall y, cuando subía por la escalera al segundo piso, observó cómo dos espectros venían a por él, desplazando el polvo que en silenciosas volutas ascendía por los haces de luz que se colaban por los resquicios del artesonado. Retrocedió por el pasillo atrancándose en un cuartucho cuya puerta cedió a la presión de la espalda. Toc, toc... Los aparecidos golpearon la puerta y su corazón el pecho. ¿Estás ahí, verdad? Dijeron desde el otro lado. Y dónde si no, respondió con cierto descaro”.
…Toc, toc. Sus abuelos entraron, le estamparon dos besos y le recordaron que desayunaban a las 9 (si, si…), que almorzaban a la una (ya, ya…),  que el router de 5 a 7 (vale, vale…), y que sería difícil lidiar con su fantasiosa imaginación por más de tres días (pues lo sentía, pero tenía que finalizar la redacción para el lunes).

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