20 de noviembre de 2016

A sus puestos, listos..., ¡ya!

A sus puestos, listos...
Silvestre, mira lo que está pasando ahí abajo, le dijo. No puedo estar en todas, contestó. Tú mira, insistió, y Silvestre miró abajo. Salamanca era un hervidero de luciérnagas pululando por todas partes, consultando sus cronómetros a la luz de la luna, buscando a alguien en algún sitio. Y fueron a encontrarlo a él entre las nubes. Cuando lo vieron, se armó un jaleo impresionante y una deportista flaca, agitando los brazos, le gritó: ¡Eh,San Silvestre, el de la pistola no ha venido! ¿Qué?, preguntó el santo sin creerse lo que había oído. ¡El de la pistola, que no ha venido!, le repitió la deportista. San Silvestre hizo un gesto de calma urbi et orbi y asiendo una bandera por el palo les indicó que se dirigieran a sus puestos. El gentío, entusiasmado, tomó posiciones a la voz de listos. Lentamente, San Silvestre acabó de levantar la bandera y la bajó de golpe, gritando al tiempo: ¡ya!

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