Esa noche la tropa cenó
compota. Había que ver a aquella jauría de hambrientos mercenarios sobreentrenados,
rapados a lo Jeremy Renner en En Tierra Hostil, salivando ante el único establecimiento
que mantenía luz en su interior: APOTHEKE, rezaba el letrero
sujeto por una ventosa al cristal de una cochambrosa puerta que hicieron saltar por los
aires de un empellón, para arramblar después con el stock completo de comestibles envasados
que existían en la botica y que, según la información que contenían sus primorosas
etiquetas en tonos pastel, hacían crecer fuerte y sano: clásico de manzana
golden; de plátano y manzana; tres frutas (sin azúcares añadidos); macedonia de
frutas y galletas; verduritas de la huerta con pollo… todo ello a regar generosamente
con zumos de naranja y zanahoria cien por cien naturales y ecológicos. Rico,
rico… Se le oyó decir arrastrando las palabras al más veterano, mientras lanzaba
por encima de su hombro derecho el cuarto potito de pollo con arroz para abrir otro
(clac) de ternera con zanahoria.
Parecemos La Familia Telerín, escupió.
¿Alguien se anima con el vamos a la cama
que hay que descansar? ¿O llamamos directamente a la canguro para que nos lea El lobo y los siete cabritillos antes de meternos en la piltra?
La familia Telerín |
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