7 de mayo de 2016

Chica díver

Elsa
Soy feliz. De pequeña tenía pecas y una sonrisa ¡ja, ja! en la cara. Como tardaba tanto en hacer las cosas, las educadoras me contaban cuentos, cantaban canciones y hacían toda clase de actividades habidas y por haber. Como no hablaba tan bien como otras niñas, la logopeda me enseñó a soplar globos, a beber por pajita y a repetir trabalenguas como el de Pablito, Paco y los cocos, y el de unos tigres que no estaban contentos, o algo así. Y como aprendía con más esfuerzo que los demás, me pusieron una maestra a la que llamaban Peté. Peté me enseñó a leer y a escribir, a sumar y a restar. También me enseñó algo de inglés: what is this colour? Red, is red… En el Instituto la orientadora me llamaba chica díver. Cuando le preguntaba por qué, me decía: “Porque eres divertida”. Allí conocí a un chico. Mira tú. Un chico. Nos hicimos amigos. Más que amigos, lo siguiente. Cuando empezamos a salir me ponía roja como un tomate. Por eso se me ocurrió la idea de cultivarlos. Huertas y huertas de tomates que vendo en el mercadillo a dos euros el kilo En el puesto de la Colorá, me dicen, como el del timple. Soy feliz. Soy más trabajadora que muchos y más diligente que otros. Me levanto con el sol y me acuesto con los mirlos. Nadie me dice lo que tengo que hacer. Todos me quieren como si fuera su hija. Mira tú, ¡cuántos padres! Y…¡ah!, se me olvidaba, también hago mermelada con los tomates que sobran. Mmm, está muy rica. ¿Quieres probarla? 

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