8 de mayo de 2016

La culpa fue de Pepe

¡Viva!, ¡viva...!
Ella no la quería y él tampoco la buscó. De repente, se encontraron una bonita amistad que no quisieron fastidiar, asunto ese que los adultos hacemos de maravilla. Cuidaron detalles, midieron palabras, calcularon bromas y pusieron puertas a los sentimientos, pero los días empezaron a resultarles cortos, las semanas breves y los meses, un suspiro. Las Navidades les parecieron frías y aburridísimos los Carnavales. Hasta Semana Santa mantuvieron la compostura, cuando las necesidades domésticas les llevaron a las puertas del mercado como si a un photocall se tratara: él pelado marine y ella con melena suelta al viento; él de vaqueros y polo, y ella de frescos estampados primaverales; él con pose a lo James Dean, pero sin moto, y ella luciendo una sonrisa como el auditorio Adán Martín. A él le pareció ridículo soltar un hola, cómo estás, y a ella patético el yo muy bien y tú, ¿qué tal?, así que sin saber muy bien cómo ni por qué, se saltaron las líneas rojas y se fundieron en un abrazo que duró, duró y duró hasta salir el sol por occidente. ¡Eso sí fue un abrazo! Poco a poco, descendieron de las puntas de los pies donde habían subido, asentaron los talones en el suelo, abrieron los ojos y dijeron sí, el mundo sigue girando. Hicieron la primera compra juntos y salieron del comercio con la sensación de haberse declarado amor eterno, para una temporada o, quizá, tan solo para un rato, el tiempo lo diría. ¿Y el lunes, cuando lleguen al trabajo, qué? Tal vez me echen la culpa a mí, a Pepe, el conserje, de que estuve pregonando por ahí: “Esos se echan antes al monte que al patio de un convento”. A decir verdad, no me importa, porque siempre lo hacen: si llueve, Pepe; si no llueve, Pepe… pero ¡caray!, si se veía venir de lejos, si lo sabía toda la planta. ¿Saben? No tengo cargos de conciencia y me alegro mucho por ellos. La vida se vive solo una vez, y no dos. ¡Hala! ¡Qué la disfruten!

No hay comentarios:

Publicar un comentario