"...el viejo artesano armaba una cesta" |
- Y eso, viejo, le decían, ¿es una cesta o un sombrero?
-¿A ver si me das?, le retó Jeiziel.
-¿A ver si nos das?, le retaron todos.
Primero, pensó el artesano en dar un pisotón en el suelo y espantarles como se espanta a un gato, ¡zape gato! Luego, creyó mejor aceptar el reto y zumbarle al comandante Jeiziel un cañazo en el trasero como le atizaba a él su maestro cuando fallaba un río de España o una capital de Europa. Pero como lo uno y lo otro se le antojaron poco pedagógico, optó por echar mano al porrón, tomar un ruidoso trago de agua fresca, glu, glur, grul, glu, y poner a la vista -y narices- del comandante y soldadesca su portentoso bocadillo de chorizo y queso blanco.
-¿Me da un poco?, rogó Jeiziel con cara de San Antonio bendito, el santo patrón del pueblo.
-¿Nos da un poco?, suplicaron los demás pillastres poniendo ojitos de aspirante a monaguillo.
Con su afilado cuchillo de destripar conejos, el artesano dio un corte a lo largo, raaas, y dos a lo corto, ras, ras, al bocadillo.
-¿Dos por tres?, preguntó a los pillastres.
-Seis, son seis.
-Pues mira por donde ya sabéis multiplicar.
Luego colocó el bocadillo troceado ante los chicos e insistió:
-Y seis entre seis, ¿a cuántos tocan, eh? ¿A cuántos?
-A uno, tocamos a uno.
-Pues ya sabéis dividir.
-¿Y se dice?
-Gracias, se dice gracias.
-Pues díganlo.
-Gracias.
-Pues ya sabéis educación.
Dando por terminada la improvisada clase y por comido el bocadillo, el artesano de caña mandó a los mozalbetes derechitos para sus casas, ¡hala, a casa!, y continuó armando la cesta e intentando recordar… cómo era… el poema aprendido de su padre…, ah, sí:
Y todo un coro infantil
va cantando la lección
cien veces ciento, diez mil
mil veces mil, un millón.
-¡Ay, si don Benito levantara la cabeza!, se dijo con media sonrisa en la boca.
…
-¿Tiene más bocadillos?
-¡A casa he dicho, majaderos! ¡A casa! Será posible…
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