1 de junio de 2013

Doce del patíbulo

Doce del patíbulo
El crujido (rr-rr...) de la soga en tensión  y el estruendo posterior del pupitre rodando por el suelo, me pusieron de golpe sobre aviso. Corrí precipitadamente por el largo pasillo que conducía hasta el aula de formación y, mientras con la torpeza que provoca la desesperación intentaba introducir el código de acceso, vi horrorizado a través del cristal de aquella infranqueable puerta de seguridad doce horcas perfectamente alineadas sujetas a la viga central de la sala: de la primera ya pendía su padre; en la segunda, otro convicto agarraba con ambas manos el lazo que atenazaba su cuello, y dijo en voz alta, para que se le oyera: “América”, y en la tercera y siguientes otros diez reclusos permanecían de pie sobre sus respectivos pupitres, con las cabezas próximas a las cuerdas, aguardando su turno de participación. Un último recluso que con aire magistral enfocaba el haz de luz de una linterna de mano hacia la pizarra que colgaba en la pared frontal, respondió agriamente: “Imbécil, no ves que es de seis letras. Es África”, y a continuación oí como el segundo pupitre rodaba violentamente  por el suelo multiplicando por dos el crujido de las cuerdas (rr-rr, rr-rr…). El recluso maestro apagó resignado la linterna, meneó repetidamente la cabeza, y en tono monocorde masculló entre dientes: "Ninguno conseguirá graduarse".

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