¡Ayyy... suspiro! |
Desde entonces papá ya nunca juega
con él, pues mi hermano pasó de niño a
hombre durante el suspiro que se le escapó tras la firma del contrato. Mi padre
evolucionó instantáneamente del me tiene preocupado, que va a ser de este
chico, pague usted una carrera para esto…, al por algo hay que empezar, mejor
eso que nada, al menos no tendrá que pasar por lo que pasé yo cuando tenía su
edad (¡no!, antes…). Mi madre, por su parte, se alegró tanto con lo que le había cambiado
la cara, la sonrisa que se le había puesto en la boca, y la novia que estaba
a punto de materializarse (novieta se
dice ahora, ¿verdad?). Yo, lo que noté, fue que empecé a darme unas interminables duchas
al dente (que salgas ya, que pareces
un ravioli), me trinqué todas sus pelis (¡incluidas
las de superhéroes, tío!), y amortizaba concienzudamente la Play hasta que me dolían los pulgares.
Una de aquellas noches en las que aventuraba su mano al interior de la nevera
para sacar el pan de sándwich sin corteza y el jamón de pavo, me dijo meneando
la cabeza: mucho revuelo para un indecente minijob,
¿no crees, hermanito?
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