22 de junio de 2013

Minijob

¡Ayyy... suspiro!
Desde entonces papá ya nunca juega con él, pues  mi hermano pasó de niño a hombre durante el suspiro que se le escapó tras la firma del contrato. Mi padre evolucionó  instantáneamente del me tiene preocupado, que va a ser de este chico, pague usted una carrera para esto…, al por algo hay que empezar, mejor eso que nada, al menos no tendrá que pasar por lo que pasé yo cuando tenía su edad (¡no!, antes…). Mi madre, por su parte,  se alegró tanto con lo que le había cambiado la cara, la sonrisa que se le había puesto en la boca, y la novia que estaba a punto de materializarse (novieta se dice ahora, ¿verdad?). Yo, lo que noté, fue que empecé a darme unas interminables duchas al dente (que salgas ya, que pareces un ravioli), me trinqué todas sus pelis (¡incluidas las de superhéroes, tío!), y amortizaba concienzudamente la Play hasta que me dolían los pulgares. Una de aquellas noches en las que aventuraba su mano al interior de la nevera para sacar el pan de sándwich sin corteza y el jamón de pavo, me dijo meneando la cabeza: mucho revuelo para un indecente minijob, ¿no crees, hermanito?

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